Recapitular no es recordar. De hecho la recapitulación es el no-hacer de la memoria. Y es que mientras los recuerdos son cosa mental, de pensamientos, la recapitulación es una memoria sensible que tiene más que ver con los sentimientos. Cuando recordamos, es nuestro ego el que recuerda por medio del diálogo interior, al que añadimos imágenes.
En la recapitulación en cambio, es el cuerpo el que recuerda y lo hace sintiendo, liberando los sentimientos que tiene almacenados.
La mayor parte de la gente tiene un gran apego a su pasado, y esto es muy natural si se toma en cuenta que el pasado es el soporte básico con que el ego se justifica a sí mismo. El pasado determina lo que somos y por él nos sentimos justificados a seguir comportándonos como lo hacemos normalmente, aunque sepamos que no nos hace bien. Pasamos gran parte de nuestro tiempo recordando el pasado.
Sólo que no nos percatamos de que cuando recordamos lo que nos pasó, en realidad no estamos recordando eso, sino el discurso que elaboramos respecto de lo que nos pasó. No recordamos hechos, sino interpretaciones. No somos capaces de saber lo que realmente hemos hecho y nos ha pasado porque estamos demasiado ocupados en repetirnos una historia mítica que el ego ha desarrollado para justificarse a sí mismo, en su intento por dotarse de sustancia.
No obstante lo anterior, la conciencia de lo que hemos vivido y hecho no está del todo perdida. Tenemos una memoria alternativa escondida en la conciencia del otro yo, que no tiene nada que ver con las interpretaciones del ego y es posible llegar a ella.
La recapitulación es un fenómeno corporal que tiene lugar en la totalidad de nuestro ser que recuerda, reviviendo sensiblemente los sentimientos implicados en los eventos que se recapitulan. La información que surge de ella, generalmente no concuerda con la información que nuestra memoria ordinaria -la mental- nos aporta de nuestra propia existencia.
¿Por qué ocuparse del pasado cuando lo que realmente nos compete es el presente? ¿No se nos ha insistido en vivir el aquí y ahora? Estas preguntas nos ponen de cara a un aspecto muy importante de la recapitulación; ella no se ocupa de un pasado que ocurrió y se fue, sino que sigue vigente en el momento actual, es un proceso que se encuentra registrado en nuestra persona presente y que de hecho está determinando todo cuanto somos y hacemos, nuestra manera de pensar, las cosas que se nos facilitan y las que nos son imposibles, las que deseamos y las que ni siquiera imaginamos, nuestros puntos fuertes y debilidades, la gente que nos atrae y la que evitamos, nuestro modo de vestir, nuestro modo de amar y experimentar afectos, en fin, todas esas características que quedan comprendidas en «lo que yo soy» y «la forma en que vivo».
Por lo anterior, recapitular no es ocuparse de algo que ya se fue, sino de algo que está operando de una manera contundente y comúnmente inevitable en cada instante de nuestra vida presente. Aquí y ahora cada persona está atada a otras personas, a un sinnúmero de lugares, objetos y situaciones que no se ven a simple vista. Todas esas ataduras, son en realidad filamentos de la propia luminosidad que dejamos enganchados a lo largo de nuestra vida. Por eso, cuando queremos movernos, cambiar, intentar o emprender algo realmente nuevo, no podemos. Arrastramos todos esos filamentos enganchados como un enorme peso que nos mantiene fijos en nuestras viejas rutinas, nuestro viejo modo de vivir. Cambian las personas con las que interactúo, pero los acontecimientos se repiten.
De lo anterior se desprende que la recapitulación es también una puerta de liberación. Si soy capaz de conocer directamente, sin interpretaciones, de qué manera se formó mi ego, a que cosas renuncié, qué promesas del pasado arrastro secretamente, cómo es que llegué a creer que soy lo que creo que soy; si soy capaz de percatarme que mi ego es realmente la descripción que elaboré en etapas pasadas de mi vida y que por tanto no es tan real ni tan definitivo como siempre creí; entonces, eso significa que soy capaz de cambiar, que no estoy condenado por esa burda historia a la que llamo mi pasado. Técnicamente, esto significa que si conozco cuáles son las rutinas estructurales de mi vida, tengo entonces la información necesaria para establecer los no-haceres más apropiados para desestructurarlas, para borrar mi historia personal. Puedo elegir cómo ser y cómo vivir. Puedo elegir en qué clase de mundo vivir. Puedo abandonar la repetición y el aburrimiento para elegir en su lugar la magia, el asombro y la alegría.
Todos los seres humanos tenemos nuestros propios cuasirecuerdos del otro yo, que no se refieren obviamente a experiencias con brujos en el estado de conciencia acrecentada, sino que se refieren a experiencias que fueron tan definitivas en nuestra vida, que como en el caso de Carlos, el único alivio a lo que allí confrontamos fue olvidarlas por completo. Y es que sucede que cuando el ego topa con algo que no encaja con su propia descripción del mundo o de sí mismo, el hecho le resulta tan traumático que sencillamente lo descarta por completo o lo sustituye por alguna explicación o discurso. Es por ello que aquéllos que realizan la recapitulación y recuerdan lo que realmente vivieron se topan con la misma perplejidad de Castaneda ¿cómo pude olvidar algo así? Ese olvido es posible porque lo que allí ocurrió no quedó registrado en la memoria ordinaria sino en la memoria paralela del otro yo, cuyo reporte de nuestra existencia resulta bien distinto del reporte de nuestro ego. En alguna parte de nuestro cuerpo como campo de energía se esconden nuestros cuasirecuerdos del otro yo. En ellos encontraremos los mecanismos vigentes que nos cierran el paso hacia muchas de las experiencias que anhelamos, pero que parecen fuera de nuestro alcance. Encontraremos por ejemplo las promesas.
Todos tenemos en realidad nuestras «promesas», escondidas en alguna parte de nuestro ser. Descubrirlas, conocerlas, es también la oportunidad de decidir si tales promesas tienen vigencia todavía o las hemos honrado lo suficiente y podemos por tanto renunciar a ellas.
La recapitulación es el medio conveniente para recuperar la conciencia de las promesas de nuestras vidas, para reencontrarnos con nuestros cuasirecuerdos del otro yo. Es la oportunidad de saber verdaderamente quiénes somos.
Tapando hoyos negros
Finalmente hablemos de la energía y su incremento, el más importante efecto de la recapitulación.
A lo largo de nuestra vida, en las múltiples interacciones que tenemos con otros seres humanos, experimentamos momentos dolorosos en que perdemos porciones completas de nuestra luminosidad. Particularmente en las situaciones en que se produce un fuerte intercambio emocional, experimentamos gran pérdida de energía, partes completas de nosotros mismos se quedan en el camino. Después de tales sucesos ya nunca volvemos a sentirnos completos, sentimos secretamente que nos falta algo, aunque seamos incapaces de comprender qué. En palabras de don Juan diríamos que en tales situaciones, al huevo luminoso del individuo se le forman «agujeros» que serán a lo largo de toda su vida puntos por donde seguirá drenando y desperdiciando energía, además de restarle equilibrio y poder. Y es completamente cierto el que esos huecos de energía desprendida operan como un constante drenaje, lo que se expresa en la vida de la gente común en la tendencia repetitiva a continuar ejecutando los haceres desgastantes que se iniciaron a partir de la vivencia dolorosa de un fuerte intercambio emocional, esto es; a partir de la formación de uno de esos hoyos.
Uno de los ejemplos más comunes de lo anterior es la separación de los amantes. El que es abandonado siente que pierde una parte de sí mismo. Lo llega a sentir como un dolor físico, como un hueco que le queda a la altura del vientre. Esta no es en realidad una alegoría, sino que de hecho, el amor posesivo de nuestras sociedades occidentales, produce tal enganchamiento de filamentos luminosos que, al producirse la separación, necesariamente alguien sale mutilado y probablemente no se volverá a sentir completo por el resto de su vida. Pero así como poco sabemos del amor por estar tan ocupados con la propiedad, así también poco sabemos de la vida por no ocuparnos de la muerte. Estamos tan mal preparados para saber de la muerte que cuando esta se presenta se pueden producir desgarramientos similares a los de la separación de los amantes.
La recapitulación permite la recuperación de la energía perdida a lo largo del camino. Es el medio para tapar los agujeros en nuestra luminosidad.
Pero así como dejamos jirones de energía en que nos quedamos atados a momentos, lugares y situaciones del pasado, así también otras personas dejaron parte de su ser en nosotros. Nos dejaron su marca y por su marca pueden usurpar nuestro tiempo y espacio sin importar que estén cerca o lejos, vivas o muertas. Es por ello que en muchas situaciones yo, no soy yo, sino que soy alguien más. Soy mi padre, mi madre, mi maestro de la infancia, mi mejor amigo de antaño, mi antigua amante o alguien más. Así como perdí partes de mi ser, cargo conmigo partes que me son ajenas, y que me estorban para vivir a plenitud. Don Juan decía que los filamentos (de luminosidad) ajenos, son la base de nuestra capacidad de sentirnos importantes.
El desprendimiento de esos fragmentos incorporados secretamente a nuestro ser se logra también con la recapitulación.
Conversaciones con Carlos
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